Por el L.C.C. Gilberto Vallejo García
Si alguna vez has manejado con una mujer de copiloto, entenderás que este consejo no es misoginia; es pura supervivencia. No importa si es tu esposa, tu hija, tu hermana o incluso una amiga bien intencionada: todas tienen un superpoder especial para convertir cualquier trayecto en una prueba de paciencia… y fe.

Déjame explicarte con ejemplos prácticos y, claro, desde la voz de la experiencia.
En la carretera: donde empieza la penitencia
Ahí estás, conduciendo tranquilo, disfrutando del paisaje, escuchando tu música favorita o simplemente aprovechando para reflexionar en silencio. Pero no, porque en el mundo de las copilotas, los viajes no se disfrutan; se sobreviven.
En lugar de dejarte saborear el paisaje o compartir una plática amena, de pronto escuchas:
“Vamos a rezar el rosario para que lleguemos con bien.”
Y tú piensas: “¿De verdad? ¿Un rosario de media hora? ¿Qué no bastaba con decir un simple ‘Dios nos bendiga’ antes de salir?”
Por si fuera poco, entre misterio y misterio, comienzan a hablar de personajes celestiales que jamás habías escuchado:
“San Cuilmas el Petatero, protégenos.”
“Que nos cuide San Goloteo y su primo San Telmo.”
Y tú, mientras manejas, te preguntas si esos santos de nombres tan peculiares existen o si simplemente están improvisando.
En lugar de música, un sermón en vivo
Si crees que podrás poner tu playlist de rock clásico o banda para amenizar el camino, olvídalo. Ellas siempre tienen mejores planes:
“Apaga esa música tan escandalosa, no nos vaya a distraer.”
“Mejor platícame algo, pero no de cosas tontas, hablemos de temas importantes.”
Claro, porque según ellas, hablar de puras tonteras es su monopolio. Desde discutir si la vecina del 3 se divorció, hasta filosofar sobre cuál es la mejor receta para los frijoles charros. Y tú, con el volante en mano, solo piensas: “¿Por qué no me quedé en casa?”
El tráfico y el caos
En zonas urbanas, la tortura adquiere un nivel más sofisticado. Apenas decides cambiar de carril y, de pronto, su cabeza se cruza en tu visión porque abrieron la guantera para buscar esa brochita salvadora. Y si hay tráfico, olvídalo:
“¡Párate aquí!”
Y cuando dicen “aquí”, no es “en cuanto sea seguro”. No, es justo aquí, aunque detrás venga medio mundo pitando. Si no obedeces, ya sabes lo que te espera.
Un final feliz... más o menos.
Por fin llegamos a nuestro destino, escuchando más barbaridades propias del sexo opuesto, y tratando de mantener la calma ante los últimos “¡Cuidado con la banqueta!” o “¿Ya apagaste las luces?”. Pero bueno, todo lo que empieza tiene que terminar.
Eso sí, esto apenas es el inicio de una larga lista de experiencias. Pero no se preocupen, este tema da para mucho más. Nos leemos en la próxima entrega.
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